Cabeza que sostiene una corona.
Aliento que busca alivio entre dientes revelando una lengua refugiada, al acecho.
Ojos asomando entre párpados de loza, y una cara-luna circunda el alma, agitada por necesidades impensadas.
La corona, de dos cuernos plebeyos, preside en lo alto el panorama alrededor: nadie a la vista, todos a la vista; seres que se desplazan como recuerdos de otros mundos.
No viven como a control remoto, sino como a cuerda, ese mecanismo casi olvidado.
Raca taca taca tac, caminan, raca taca taca tac, fornican.
A veces, los ojos bajo los párpados de loza se hartan, se mueven como el rayo y explotan un volcán bajo la tierra, abriendo un hueco que traga y escupe.
Los ojos esperan, hasta que ven sangre.
Después se calman.
Luis Schinca
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