jueves, 11 de agosto de 2011

Bajar subiendo

Escribía sobre todas las cosas que amaba y que le preocupaban, su pasado y su presente en permanentes idas y vueltas a través de la tinta que a veces se le antojaba su saliva.

Cada renglón le servía como plataforma de lanzamiento a la vez que de base sólida donde apoyar sus emociones.

Un juego placentero y doloroso, secreto y contenido que se liberaba lenta o explosivamente según las veces. Lo extraño de escribir, pensó, es que cuando más se avanza en lo que se desarrolla más se desciende en el papel, renglón tras renglón, escalón por escalón. Un ascenso hacia abajo, bajar subiendo.

Se acomodó en la silla y al moverse la pluma rayó la hoja; un accidente, pero al llegar más adelante en el texto una palabra debería sortear ese escollo de tinta golpeada.

Siguió en su ascenso descendente descarnando sus afectos y se preguntó si la cantidad de renglones recorridos lo llevarían también a una claridad de vida proporcional al alcance de su texto. Y si la cantidad de metros sumados por los papeles escritos hasta el momento lo estarían acercando a lo más lúcido de su existencia.

Sintió que estos pensamientos impregnaban sus escritos influyendo en la reverberación de las palabras y pensó que alguien, al leerlas, notaría el rumor de sus ideas, alguien atento que captara extraños ecos, raras derivaciones, locos argumentos. Oídos expertos en silencios inaudibles seguirían el recorrido de esos renglones que descendían hacia las alturas.

Luis Schinca. Verano del 95

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